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Una sombra que compartir

autora: Myra Crane

¿Existe algo más atractivo que un lugar a la sombra en un caluroso día de verano? Hace unos días, pensé en esto mientras trotaba en una mañana bañada de sol. Las gotas de sudor salado caían por mi frente, resbalaban a través de mis cejas fruncidas, hasta llegar a mis ojos desprotegidos. Pero en medio del ardor, divisé la sombra de un sauce en la distancia y corrí hacia él.

Su dosel me protegió del alcance voraz del sol, y su aire fresco alivió mis pulmones ardientes. Me quedé allí, sin deseos de moverme. Bajo su sombra, me sentí protegida y segura. En aquel lugar, todo era bueno.

Algunas chicas musulmanas se refieren a sus velos como su sombra. Mi amiga Ikraam usa el suyo de manera muy responsable. Al hacerlo, quiere honrar a Alá y a la comunidad que representa. Resguarda su belleza y la protege del tentador. Al usarlo, se prepara para que, en el último día del juicio, Alá sea misericordioso y cambie su sombra terrenal por el refugio del paraíso.

Con este modesto sentido de confianza, Ikraam llega a los Estados Unidos. Ella se aventura hacia una tienda de comestibles. Cubierta por su cómoda sombra, empuja un carrito de supermercado por las filas de productos que explora con emoción. Numerosas mujeres comparten el mismo pasillo en esta enorme y maravillosa tienda estadounidense. Ella las ve hablando con otras extrañas, por lo que asume que también le hablarán a ella. Ella anhela hacer nuevas amigas.

Sorprendentemente, nadie siquiera nota su presencia. Ella compra en la misma tienda una y otra vez, pero a nadie le importa.

Sin embargo, apenas la miran, sino que siguen su camino presurosas. Ikraam ya no está tan contenta de ir de compras. Está confundida porque esta “sombra” que ha sido amistosa en su pasado no la lleva a ninguna parte aquí, sino parece aislarla. Se siente ignorada y sola.

Pero Dios la ve igual que a mí.

Él me recuerda la sombra que llevo. Es diferente a la de tela de Ikraam, pero es real. Es la sombra del Todopoderoso en la que habito (Sal. 91:1), la “sombra a mi mano derecha” (Sal. 121:5). Es la sombra donde soy amada y valorada (Sof. 3:17). Me cobija (Sal. 57:1). Perdona mis pecados y me ofrece el cielo (Rom. 6:23). Se convierte en mi justicia (Rom. 5:17). Me preserva de la angustia (Sal. 32:7). Me dignifica (Pr. 31:25). Es un regalo que debo compartir (Marcos 16:15).

Es la sombra de Dios; su hospitalidad; su cuidado; su seguridad de vida eterna a su lado. Cada día, no hay nada mejor para cualquier mujer en cualquier lugar. Compartámosla con las amigas musulmanas.

Jesús, quiero ver a las mujeres musulmanas como tú las ves. Estoy lista para compartir tu sombra. Por favor, bendícelas a través de mí. Amén.