Reflexiones sobre el Covid y la comunidad musulmana, segunda parte

No es ningún secreto que las mujeres musulmanas lidian con el miedo. La pandemia ha intensificado sus temores; ¡pero también ha intensificado las oportunidades para el ministerio entre ellas! Verdaderamente, los tiempos sin precedentes del año pasado han brindado oportunidades sin igual para una conexión profunda con las mujeres musulmanas. Hoy retomamos la historia de Fátima y cómo nuestra colega de ministerio le mostró el amor de Jesús.

Fátima, vestida con una capa larga y con la cabeza cubierta, abrió la puerta de su apartamento y me dejó entrar. “Oh, Fátima,” exclamé mirando su rostro triste y preocupado, “te he extrañado terriblemente.” Ella comenzó a llorar y mi corazón se derritió. “¿Qué ha pasado?”, le pregunté. “Malas noticias. Algunos de mis familiares y amigos en casa se enfermaron con COVID-19 o murieron. Allá todo es inútil. No puedo hacer nada al respecto.” Este tipo de noticias no se podía compartir por mensaje de texto o virtualmente, sino solo en persona.

Fátima está sola aquí, sin esposo, hijos o cualquier pariente. Se podría decir que está físicamente establecida en Canadá, pero mentalmente vivie en el Medio Oriente. Aunque hemos sido amigas durante años, quedé sorprendida al escuchar sobre más traumas del pasado. Escuchar las historias traumáticas que comparten algunas de mis amigas durante la pandemia me suena demasiado familiar ahora. Sus miedos reprimidos y recuerdos dolorosos sin sanar que se mantuvieron a raya al estar ocupadas en tiempos previos a la pandemia ahora estaban saliendo a la superficie y se elevaban cual olas que se estrellaban contra ellas. El temor de enfermarse o morir sola en un hospital, lejos de la familia o la comunidad, es aterrador. No poder viajar para visitar a la familia en sus países de origen es casi insoportable.

Ahora Fátima era presa de miedos y ansiedades demasiado grandes para hacerles frente. La escuché, lloré con ella y oré por ella. Se sentía como una huérfana. Algo resonaba en lo más profundo de su ser cada vez que oraba: “Querido Padre celestial…” La batalla espiritual siempre ha sido fuerte en nuestras visitas. Durante meses, a lo largo de la pandemia, una maestra de la mezquita le ha estado impartiendo clases del Corán en línea a ella y a otras mujeres. Actualmente está estudiando gramática y recitando la pronunciación perfecta del texto árabe a pesar de que el árabe es su lengua materna. Inexplicablemente, parece encontrar consuelo en estas clases.

Mi corazón ruega al Espíritu que le revele que leer y recitar perfectamente no satisfará sus anhelos más profundos. Esto solo se logra mediante una relación personal de Padre-hija con Dios, que a su vez se hace posible a través del conocimiento de la verdad de Jesús. Unas semanas después, la comunicación se hizo más tranquila. Repentinamente y sin explicación, se canceló una cita para una visita. Finalmente intenté enviar mensajes de texto nuevamente porque la carga de que algo andaba mal se hacía más fuerte. ¡Esta vez funcionó!

Entre lágrimas, me dijo: “Este es el peor año de mi vida, Joy. Mi hermana en casa tuvo un derrame cerebral.” El miedo y la ansiedad la abrumaban. Su hermana, que vivía en la pobreza, necesitaba dinero desesperadamente. Fátima estaba aceptando cualquier tipo de trabajo de limpieza, además de su otro trabajo virtual, para poder enviar dinero para las necesidades inmediatas de su hermana. Cuando le di dinero para que se lo enviara a su hermana, se sintió muy aliviada y consolada. Oré por Fátima y su hermana y por sus muchas necesidades inmediatas. Estamos juntas en esta pandemia.

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