Caminando juntas a través de Adviento: Cuarta Parte

Ruth Walker

Hemos levantado nuestras manos en entrega sincera mientras admiramos su fe. Hemos corrido miles de millas con ella y respirando profundamente el suspiro de alivio al experimentar su lugar seguro. Al estudiar su alabanza, elevamos nuestras voces en cánticos y nuestros corazones en oración una vez más. Qué estimable compañera ha sido María mientras atravesamos juntas la temporada navideña.

Mejor conocido como El Magníficat o Canto de alabanza de María (Lucas 1:46-55), este pasaje revela una dimensión aún más profunda de la fe y la confianza de María en Dios. El contexto que rodea el canto de María es de gran importancia. Elizabeth acababa de bendecirla a ella y al niño dentro de su vientre. Probablemente María todavía tenía preguntas sin respuestas sobre las consecuencias que le esperaban en Nazaret con su familia y con José.

¿Cuál es nuestra respuesta instintiva cuando nos vemos envueltos en una situación que escapa a nuestro control? ¿Nos preocupamos o adoramos? Uno de los elementos más hermosos del canto de alabanza de María es que ella verdaderamente adoraba. Ella entendió que la adoración es guerra espiritual. Tal concepto se necesita desesperadamente en nuestro mundo de hoy. Quienes nos rodean, sean creyentes o no, necesitan escuchar nuestra honesta adoración a nuestro digno Dios.

En mi experiencia personal, he visto que los musulmanes quedan cautivados por nuestra adoración a Jesús; son atraídos al misterio de alguien que adora a un Dios personal que ellos no pueden concebir como Emanuel. Esta es verdaderamente la esencia del niño dentro del vientre de María cuando ella pronunció su hermoso canto de alabanza: Él es nuestro Emanuel, Dios con nosotros.

Debido a que probablemente María era pobre y sin educación, el lenguaje elevado presente en su canto de alabanza solo puede verse como una obra del Espíritu Santo. Su canción hace eco de la oración de Ana en 1 Samuel 2, así como fragmentos de los salmos del rey David, haciendo referencia a doce pasajes diferentes del Antiguo Testamento en total. Su poema de alabanza relata la fidelidad de Dios a Israel. Se da una serie de inversiones: los soberbios serán humillados y los humillados serán exaltados. Quizás el más notable es el de una niña pobre que es elegida para ser la madre del Mesías. En todo esto, María nunca se exaltó ni se bendijo a sí misma; más bien, ella siempre apuntaba a la gloria de su gran Dios.

María conocía el nombre del niño dentro de ella. Sabía que era Dios que había venido a salvar. Ella confesó su fe en él y su poder salvador. María sabía que Dios no se había olvidado de su pueblo. Incluso después de su exilio en Babilonia y 400 años de silencio (no hubo profetas que proclamaran su Palabra durante ese tiempo), Dios había abrazado a su siervo escogido y estaba obrando la redención del mundo entero. Este canto de alabanza presagia temas abordados más adelante en el Evangelio de Lucas y en el ministerio de Jesús.

A veces apenas podemos ver más allá de dos o tres generaciones, pero Dios le dio a María un vistazo de toda la eternidad. Ella nos dio el ejemplo, dejando claro el significado de amar y servir a Dios, vivir con un propósito divino, ponerlo a él por encima de todo y glorificarlo con todo nuestro ser.

¿Qué pasaría hoy si adoráramos en lugar de preocuparnos, si usáramos nuestra adoración como una herramienta para guiar a otros, especialmente a los musulmanes? Como María, que nuestros ojos vean verdaderamente más allá del aquí y ahora para contemplar la importancia eterna de la tarea que tenemos por delante. Dondequiera que estemos durante estas celebraciones navideñas, que los oídos de los que nos rodean nos escuchen cantar el cántico de María, exaltando a Dios con toda el alma. Verdaderamente tal actitud cambiará el mundo.

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