Reflexiones sobre el Covid-19 y la comunidad musulmana: segunda parte
El hito de un año de cierre global por la pandemia se acerca rápidamente, y todos hemos sido afectados de alguna manera. Aquí en Diga Hola, recordamos el impacto en la comunidad musulmana y nuestro ministerio para ellos. En el transcurso de las próximas semanas, compartiremos algunas reflexiones de una obrera experimentada que sirve entre nuestros vecinos musulmanes. Nuestro equipo está agradecido por la valiosa información que ella brinda a Diga Hola.
Después de meses de confinamiento local por el Covid-19, comenzaron a levantarse las restricciones de manera cautelosa. Entonces le envié un mensaje de texto a mi amiga árabe Fátima: “¿Puedo visitarte?” Ella me rogó: “Sí, por favor,” y terminó su breve respuesta con 17 signos de exclamación. Y yo me pregunté: “Dios mío. ¿Qué significa todo eso?”
La pandemia mundial del coronavirus inmediatamente afectó tanto a los musulmanes como a mí. Las normativas de nuestro gobierno de mantenernos en nuestras casas duraron meses. De repente, todo el ministerio normal de visitas a mis amigas musulmanas en los hogares se detuvo bruscamente. No estaba acostumbrada a tales restricciones ni a recurrir a la comunicación virtual como primera opción. Pero para mis amigas, que ya vivían con ciertas restricciones culturales, junto con una dependencia de la comunicación virtual, las restricciones no parecían ser un ajuste tan grande como para mí. Me mostraron que se puede vivir con tales restricciones.
A medida que iba incursionando en la comunicación virtual y mantenía mis relaciones a largo plazo con las musulmanas, me sorprendí de cómo disminuían las conversaciones triviales. Se intensificó la oración virtual por ellas, así como las oportunidades para leer y explicar las verdades de las Escrituras. La pandemia parecía estar acelerando el proceso. Afortunadamente, el ministerio siempre se ha centrado en las relaciones. El Covid-19 no dañó las relaciones existentes, pero cambió temporalmente los medios de comunicación durante la reclusión.
De repente, después de meses de encierro y alejamiento de la sociedad, llegó el momento de salir con cautela a visitar en persona a mis amigas o, mejor dicho, “en máscara.” Si bien cubrirme la cara es un nuevo reto para mí, a muchas de mis amigas musulmanas no les ha resultado tan difícil. El cierre forzoso para refugiarnos en nuestros hogares proporcionó un entorno seguro para no contraer el virus. Esa seguridad trajo una medida de comodidad temporal. Ahora, la gran cuestión de encontrar lugares seguros para reunirse se volvió desconcertante. ¿Debería ser en el camino de entrada a la casa, afuera, en el área de comidas de un centro comercial, en mi casa o en la suya? ¿Estaba lista? ¿Estaban listas? ¿Debería servir alguna comida o bebida? ¿Debo aceptar lo que me ofrezcan? ¿Deberíamos saludar con los abrazos o los besos culturales? ¿Les pregunto si tienen algún síntoma de resfriado antes de encontrarnos? ¿Qué debo decir o hacer cuando sus hijos pequeños no entiendan el distanciamiento social? ¿Debería ser la seguridad la prioridad? Todas estas preguntas desconcertantes se volvieron opresivas. Era hora de salir del bote y aprender a confiar más en Dios.
Se volvió muy importante para mí escuchar la voz del Espíritu claramente y seguir sus instrucciones sobre cómo proceder. Reuní el coraje y la sabiduría para la transición a la nueva temporada de visitas en persona y me aventuré con temor al apartamento de Fátima. Cuando vi su rostro, la compasión del Espíritu Santo me llevó a una nueva fase.
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